No me considero buena persona. Pienso que caigo mal a la gente y que, si estoy en un grupo de amigos, es más por inercia que por mi valor o interés como individuo. Mi vida, en general, es inercia, y el momento en que pienso que tengo algo de tiempo libre, no tardo en encontrar algún motivo para volver al ciclo de siempre; trabaja en un nuevo vídeo, juega al videojuego de turno, escribe el análisis de Night in the Woods. A veces me pregunto si realmente le estoy dando importancia a todo lo que existe fuera de ese círculo o si lo hago porque pienso en mi vida como si fuese una escena y ahora es cuando tengo que fingir que soy alguien medio digno. Debo haber llegado tarde a la adolescencia. Quizá sea por esa mezcla entre asco y el "qué más da" que la fantasía de poder se me antoja cada día más insulsa. Night in the Woods es, junto a Quadrilateral Cowboy, uno de esos indies que sigo de forma pasiva, preguntándome si aún existe, cómo está, si finalmente saldrá este año, como un Half Life 3 en miniatura y, como con The Last Guardian, la espera ha merecido la pena, pero no por catarsis emocional. No es cuestión de llorar a lágrima viva y querer abrazar a lo primero que me encuentre porque qué bonita es la amistad. Es esa fantasía de poder. Su ausencia.
Han pasado los años y la vida de Mae no es lo que ella esperaba. Ha dejado la universidad y vuelve a su pueblo natal de Possum Springs sin un plan claro de qué viene a continuación. Sus amigos están ahí, el grupo musical que tenían está ahí, pero todo es igual y, a la vez, es distinto. Hay movimiento, intención, como si el pasado luchara por deshacerse de sí mismo. Su mejor amigo sigue siendo el capullo cómplice de sus crímenes menores, pero empieza a darse cuenta de que tiene que sentar la cabeza y pensar en un futuro para él y Ángus, su pareja. El grupo toca canciones nuevas que Mae no conoce y el batería ha sido reemplazado por Bea, una mujer con quien tiene un historial de amistades y rupturas. Todos parecen hablar sobre el mañana, el futuro y el qué será, será, pero Mae sólo quiere que el tiempo se detenga.
Night in the Woods es una obra sobre capturar el momento cuando nada parece quedarse quieto. "Carpe diem", ese grito de El club de los poetas muertos. Mae no amanece despierta sino tirada en su cama, entre sueño y vigilia, con la luz de la mañana por su ventana y un dron que evoca deseo. Pulsas un botón, abre los ojos. Termina ese instante. Cada nuevo día es un ciclo y una nueva oportunidad para romperlo, porque siempre te levantaras y siempre saldrás por la puerta de tu casa, quedarás con alguien y luego volverás para ir al sobre, pero puedes desviarte por el camino. Puedes verte con Selmers, siempre en el mismo lugar de la misma calle, para escuchar sus poemas. Puedes saltar hasta los postes telefónicos y moverte por sus cables. Hay valor incluso dentro de esa rutina; hablar con tu madre por la mañana, antes de enfrentarte al día y, al volver a casa, recapitular con tu padre. Quizá puedas sentarte a ver la televisión con él. Un momento de cercanía honesto.
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