Análisis de LocoRoco 2 Remastered

Objetivamente, o todo lo objetivo que se puede ser al menos en este tipo de textos, podría decirse que LocoRoco 2 es un juego superior a su antecesor. Establecida la idea que apuntaba en el análisis de la remasterización del primero sobre el arte japonés y su integración con la naturaleza, el equipo responsable del juego decidió, muy sabiamente, mantener estos principios intactos y convertir ese gran lienzo en un cajón de arena que simboliza tanto la idea de un jardín zen como las estructuras de los parques en las que juegan los niños y dan rienda suelta a su imaginación. LocoRoco 2 es, definitivamente, una obra más curiosa, más auto-consciente, y no por continuista deja de guardar sorpresas casi una década después de su fecha de publicación original.

Hablando rápido de la remasterización como tal, lo cierto es que las novedades son escasas. Se mantiene la posibilidad de jugarlo en 4K y la imposibilidad de disfrutar de las cinemáticas a una resolución lo bastante digna cuando se las compara con el propio juego en movimiento; el altavoz del mando sigue proyectando la voz de nuestros entrañables protagonistas a la hora de cantar; y tan solo la decisión de sustituir el giroscopio por los botones R1 y L1 para mover el escenario o que desaparezca el miedo a perder nuestro avance con la inclusión de un sistema de guardado constante y mucho más generoso que antes nos indican que estamos ante una obra distinta a la primera parte.

La cosa cambia una vez entramos en harina, cuando vemos que el valor que LocoRoco daba a la inactividad es sustituido por el encanto de la sorpresa. LocoRoco 2 es deliberadamente más juguetón, en un sentido casi literal de la palabra. La estructura de los niveles se mantiene, con nuestros amarillos compañeros botando por el escenario mientras comemos bayas para aumentar de tamaño, pero he aquí que ya no vale solo dar saltitos, separarnos en cientos de gotitas cuando la situación lo requiere y atravesar dos o tres obstáculos: la cosa ahora va de toquetear todo el escenario para descubrir notas musicales y superar los retos intrínsecos de cada una de estas ambientaciones, como el agua en el tradicional mundo acuático o los reflujos estomacales de un pingüino con malestar. No es un cambio que podamos definir como radical: ya hablaba al referirme al anterior del valor que el estudio daba a la interacción de los bichines con el entorno, pero sí es cierto que este da prácticamente el mismo valor a la interacción que el propio entorno tiene con nosotros, dando lugar en consecuencia a un juego mucho más original, más agradecido de jugar por cómo consigue sorprendernos en cada una de estas fases, y mucho más simpático en planteamiento y ejecución.

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