Análisis de Guacamelee 2

No suelo creer en predestinaciones, pero sí en que hay determinados juegos a los que las capacidades portátiles de la Switch le vienen como anillo al dedo. Desconozco si estos dos conceptos se contradicen o no de alguna manera; no creo que haya que exagerar el conocido apetito de la gente por los juegos indies de bolsillo hasta el punto de hablar de un ente cósmico que todo lo sabe, incluyendo los gustos de los usuarios de consola. El caso es que, llamémosle azar o llamémosle potra cósmica, hay algo en poder llevarte el entretenimiento digital a cualquier parte, en favorecer con esa acción el que nos apetezca jugar durante pequeñas fracciones de tiempo en casi cualquier situación, que hace que Guacamelee 2 sobrepase aún más el nivel de diversión al que nos tiene malacostumbrados.

Aclaro que esto no quiere decir que vayamos a ver una versión distinta a la que nos llegó hace ahora cuatro meses en otras plataformas. Quizás el único cambio tenga que ver con el multijugador, en el sentido de que la portátil de Nintendo facilita, con sus dos mandos canónicos y su movilidad, que podamos encontrar más fácilmente a alguien con quien disfrutar de este título a dobles. Por lo demás, sigue siendo lo mismo que los canadienses Drinkbox presentaron en su momento; y a su vez, casi casi el mismo juego que su primera parte: un metroidvania al uso que se hace fuerte centrándose en dos pilares fundamentales sobre los que ir construyendo hacia arriba como son el humor y el control.

Empiezo por la comedia, el concepto que puede que nos resulte más ajeno teniendo en cuenta lo difícil que resulta encontrarlo hoy en día en el medio. Guacamelee 2, como el primero, se toma muy poco en serio lo que nos quiere contar; lógico, si tenemos en cuenta que su ambientación parte del Día de los Muertos, una celebración que abraza temas serios y tristes como la propia muerte y la convierte en una fiesta llena de color y diversión. Aquí está el primer gran triunfo de la franquicia, que en esta segunda parte eleva a cotas más altas si la comparamos con el anterior: su capacidad casi innata de hacernos reír con diálogos disparatados, expresiones cotidianas intercaladas entre combates a vida o muerte o cientos de homenajes bien entendidos, simpáticos como guiños pero en ningún caso agobiantes ni queriendo eclipsar una identidad propia muy marcada.

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