Visto con perspectiva, no era una buena idea. Mirror's Edge fue un afortunado accidente, un clásico de culto que sorprendió a propios y extraños con una propuesta diferente en todos sus apartados a la de sus coetáneos, desde el jugable hasta el estético, pasando por detalles hoy en día más habituales -pero por aquel entonces subversivos- como ceder el protagonismo absoluto de un triple A a un personaje femenino. Un rayo, dicen, nunca cae dos veces en el mismo sitio. Más no siempre es mejor, se suele argumentar. Mirror's Edge Catalyst, el reinicio de las andanzas de Faith, demuestra ambos axiomas: un mundo abierto, mucho más contenido y una mayor duración no hacen un juego malo, pero tampoco uno mejor.
Esta vuelta atrás prometía desvelar con detalle los orígenes de Faith Connors, pero no puede decirse que cumpla con las expectativas a nivel de guión. Vale, sobre el papel la historia debería ser algo secundario, pero desaprovechar el potencial de la utopía minimalista del mundo de Cascadia con unos personajes tan planos, un desarrollo tan plagado de clichés y el giro de guión más previsible y anticlimático que he visto en los últimos años parece casi un pecado. Recuerdo la ilusión de los fans, por ejemplo, cuando se dijo que conoceríamos el origen del famoso tatuaje de Faith, y no puedo evitar hacer una mueca tras ver como se despacha en unos segundos de la forma más patillera posible. Y así ocurre con muchos otros momentos que deberían dejar una fuerte marca en el imaginario de la franquicia.
Cuando funciona, Mirror's Edge Catalyst es una gozada. Correr, saltar, deslizarse y encadenar movimientos a toda velocidad sigue siendo tan satisfactorio como en el original, y el sistema de control basado en parkour demuestra fiabilidad y posibilidades de sobras una vez lo dominas. En esos momentos en los que se centra en lo que sabe hacer bien, como en una frenética misión secundaria en la que Faith persigue un dron huido para extraer su procesador, DICE enseña su mejor cara y nos regala una experiencia que, siete años más tarde, sigue resultando tan fresca y memorable como el primer día.
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