The Last Guardian es un juego tosco. Salvando algunos momentos, la cámara suele comportarse de manera errática, y es más que frecuente encontrarse orbitando el punto de vista de manera frustrante, buscando un resquicio de visibilidad cuando nuestro protagonista se arrima a alguna pared y los polígonos se apelotonan en nuestra cara. Y puede que sea el único momento en que van a ganar protagonismo, porque ni los modelados ni las propias texturas suelen pasar del aprobado, aunque haya algún efecto aquí y allá que salve la papeleta y nos recuerde que estamos ante un juego de la presente generación. El propio plumaje de Trico, que debería ser la estrella de la función y una demostración de potencia a la altura de las circunstancias, tampoco es nada para perder la cabeza, y es relativamente común ver como la propia respiración del animal hace que las plumas se entremezclen y las vergüenzas salgan a relucir. Más grave aún, el control mismo es impreciso, amortiguado, y más de una vez nos veremos marrando un salto y repitiendo la misma secuencia incesantemente porque la cosa va por los pelos y el pad se niega a darse por enterado. Teniendo en cuenta solo el apartado técnico, es probable que no pasase del aprobado.
The Last Guardian también es, sin duda, el juego que más me ha impresionado en los últimos años.
A tenor de lo visto, y con una bendita fecha de publicación que, esta vez sí, deja poco espacio para parches y experimentos, no parece que las cosas vayan a cambiar mucho en ese terreno. Ya ha sucedido antes, aunque el peso de la expectación y el potencial bruto de lo que tenemos entre manos creo que esta vez servirán para dibujar una clara línea en la arena: la que divida a esa parte del público que se llena la boca hablando de innovación y realmente se conforma con cuatro explosiones mal puestas, y a la otra, la que realmente quiere algo más. Y el problema surge aquí, en que ese algo más es muy difícil de medir. En que los shaders y las texturas son comparables, se prestan a situarse en una escala y a servir de arma arrojadiza en foros y tablas comparativas, pero aun no hemos inventado una gráfica que mida las emociones, la capacidad de una obra de comunicar, de crear vínculos, de hacerte sentir cosas. Que la cultura del teraflop lleva ignorando demasiado tiempo que todos esos números y esos chipsets tan caros deberían servir como un vehículo para contar algo, nunca como un fin en si mismo. Y en ese sentido, amigos, esta es la verdadera nueva generación.
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