"Pequeños detalles" es una serie de artículos dedicados a analizar los elementos individuales, filosofías de diseño y demás aspectos que marcan a videojuegos concretos.
Cuando era pequeño, jugaba con mis amigos a lo tradicional, al pilla-pilla, al escondite inglés. Jugábamos a que éramos personajes de nuestras series favoritas, jugábamos a agitar los brazos y balbucear como imbéciles. Dirán que esos eran los buenos tiempos, pero yo digo que entonces la GameBoy era una novedad y podías contar con los dedos de una mano a los niños que tenían una. Yo no estaba en ese selecto grupo, así que tocaba inventar, a mí y a todos. Pero los años pasan, cada vez más deprisa, y mira que aún estoy en mis veinte, pero de pronto estoy jugando con Alexelcapo, youtuber como yo, aunque él significativamente más famoso, pero bueno. La cuestión es que estamos jugando a Minecraft, y es mi primerito día. Mientras yo escucho, él me explica cómo funciona ese mundo; resulta que puedes tener una cosecha, pero para eso necesitas plantar. Cómo no, plantar requiere semillas, pero también debes fabricar una azada y poner una fuente de agua, a cuyo alrededor puedes arar un número limitado de casillas. Desde ahí el proceso tiende a lo automático: las plantas crecen, tú las recolectas y el ciclo sin fin vuelve a empezar, pero Alex interrumpe la lección para hacer un inciso. Si salto sobre las semillas, explica, la tierra se volverá infértil. Algo hace click en mi cabeza; Minecraft es mucho más de lo que había imaginado.
Hace ya no recuerdo cuantos meses, Dios sabe por qué motivo, salió la pregunta entre un grupo de periodistas compañeros, que si alguien había jugado a Minecraft. No. No, no, no, él tampoco, no. Nadie, o casi nadie, que a veces la memoria falla, pero no se decía con culpa. Simplemente Minecraft era para otro público. Igual que Call of Duty es el eterno referente para insultar lo AAA y los peores aspectos de la cultura "gamer", estereotipo del cual admito que me he aprovechado en más de una ocasión, Minecraft es hogar del niño rata, aquella abominación que debe exterminarse con un lanzallamas, de la forma más cruel posible. Lo cierto es que muchos chavales lo juegan y ahí quedan, encerrados en sus habitaciones, prisioneros de las cuatro esquinas de su pantalla. "Qué destino, recristo", escribió el periodista de videojuegos en su Mac, evitando pensar que estaba pasando un viernes noche en su casa. Otro más. "Antes teníamos que usar la imaginación. Ahora míralos, todo masticado".
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