Far Cry 5 frente a Sea of Thieves. O por qué los juegos sin objetivos ya no me divierten como antes

Seafar

Hubo una época en la que era capaz de pasarme ‘Shadow of the Colossus’ dos veces del tirón, tirarme días enteros haciendo el cabra en ‘GTA: Vice City’ o crear escenarios en ‘Age of Empires’ por el mero hecho de ir mejorando su aspecto poco a poco. Simplemente porque no tenía otro juego a mano, por el gusto de hacerlo o por mera diversión.

Ahora estoy en una etapa de mi vida en la que la oferta de entretenimiento es mucho mayor, mi poder adquisitivo también, y el tiempo que dispongo para dedicarle a los juegos por mero placer es ínfimo. Ni se me pasa por la cabeza dedicarle más tiempo del que debería a algo, menos aún si no me engancha.

Demasiado juego para tan poco tiempo

En total, durante las pasadas vacaciones de Semana Santa, habré invertido un total de unas seis horas en jugar, y cuatro de ellas fueron por trabajo. Es la época en la que dos capítulos de una serie son suficientes para comprobar si quiero seguir viéndola o no, el momento en el que los libros deben engancharme durante los primeros capítulos o pasan al último puesto de la cola y, por descontado, esa en la que la diferencia entre pasarme un juego y completarlo al 100% es un abismo que antes me parecía una fina línea.

Eso no significa que no pueda dedicarle decenas de horas a un juego, ya sea por gusto o por trabajo, pero ni de lejos son los maratones que me pegaba hace años y, si es para un análisis, es muy probable que sólo vuelva a jugarlo si llega alguna novedad en forma de DLC o si realmente tengo ganas de seguir disfrutándolo.

Ese click que antes aparecía con la mayoría de los juegos, ahora sólo lo despiertan unos pocos, y eso supone abandonar por desidia muchas experiencias que, a ojos de otros jugadores, pueden seguir resultando divertidas durante meses. No hay que irse muy lejos para encontrar ejemplos. Me vienen a la cabeza ‘Overwatch’, ‘PUBG’, ‘Fortnite’ o el más reciente, ‘Sea of Thieves’, y pese a sus enormes diferencias, todos tienen un punto en común: el juego por objetivos y/o la progresión pasa a un segundo plano.

Para mí, los juegos tienen que apoyarse siempre en una suma de dos o más factores. El que prima por encima de todos y siempre debe estar ahí es la diversión, algo que puedo incluir en cualquiera de los juegos anteriormente mencionados. Pero necesito algo más. Al fin y al cabo hay más de cien juegos en la biblioteca de Steam esperando a ser jugados, y a esos habría que sumarles los de Game Pass o servicios como PS Plus, Xbox Live Gold o Humble Monthly. Muchos de ellos serán muy divertidos o recomendables, pero en busca de esa razón de más que me invite a invertir mi ajustado tiempo en ellos, debe haber otra razón de peso para decantarme por uno u otro.

Jugar por algo más que diversión

Es ahí donde entra ese segundo factor. Algo meramente psicológico, pero inevitable si me pongo a sumar la cantidad de juegos que pruebo al cabo de un año. Estoy jugando a X porque me divierte, sí, pero también por su historia, porque quiero profundizar en sus mecánicas, porque tiene un final palpable, porque mi crecimiento dentro del juego está sujeto al progreso…

En ese punto entra la diferencia entre el tiempo que estoy invirtiendo en ‘Far Cry 5’ y el que me gustaría poder pasar algún día en ‘Sea of Thieves’. Hace unos días comentaba con Alex C las ganas de volver al juego, de subirme a un barco y echarme a la mar en compañía de algún amigo o en solitario, pero también le decía que no es algo que haré ahora, que será algo que ocurra dentro de un año, cuando el contenido añadido sume ese plus que mi cerebro necesita para no creer que está perdiendo el tiempo.

Las veces que no he luchado contra esa necesidad, cuando me he puesto a jugar a ‘Sea of Thieves’ por el mero hecho de echar el rato, he dejado el mando un par de horas después sintiendo que no había hecho nada. Sí, he paseado de isla en isla, acabado con algún esqueleto y recuperado un par de cofres, pero no he podido quitarme de la cabeza la sensación de que todo eso ha sido en vano.

Los momentos en los que se apoyan sus defensores, esos que son capaces de ver el juego desde otra perspectiva gracias a su narrativa emergente, no son el pan de cada día. Es algo que ocurre dependiendo de muchos factores y, cuando no aparece, lo único que hago es vagar por el mar sin un objetivo fijo. Puede que tras esas dos horas esté más cerca de algo, pero como no sé de qué y tampoco me genera una diversión distinta a cualquier otro título de ese estilo, no tengo la necesidad de autoconvencerme de que ha sido por una razón más allá de un mero entretenimiento insustancial.

Objetivos a la antigua usanza

Y luego está el ejemplo de ‘Far Cry 5’. Entiendo que no son juegos comparables, pero cuando llega el momento de apagar la consola lo hago cerca de alcanzar otro objetivo. He avanzado en su historia, he conseguido una nueva arma, he despejado una zona, he conseguido una habilidad, he superado X desafíos. Cualquier partida, por corta que sea, me deja la sensación de haber invertido el tiempo en algo más que simplemente divertirme.

Es algo que también me ocurría con ‘Breath of the Wild’, probablemente uno de los últimos juegos que más se prestaban a perderse por su mundo y, por el camino, también perder algo de tiempo. Pero allí tenía un objetivo claro y, de no tenerlo, pasear por su mundo unos minutos me marcaba alguno.

No digo que conseguir una skin de ‘Overwatch’, desbloquear un baile en ‘Fortnite’ o poder comprar unas velas nuevas para mi barco en ‘Sea of Thieves’, sean objetivos mejores o peores. Simplemente son distintos y, mientras que uno despiertan en mí una sensación de logro, los otros me resultan una pérdida de tiempo. Puede parecer absurdo, lo sé. Debe ser que me he criado con otro tipo de juegos.

La biblia del diseño de videojuegos dicta que los objetivos en un juego deben ser claros, obtenibles, concretos, desafiantes y gratificantes. Y puede que hayamos entrado en ese punto de la historia en el que esa misma biblia necesita actualizarse para abrir sus horizontes, pero tampoco debe ir muy mal encaminada cuando esa máxima funciona conmigo. Al final, como todo, nuestra vida diaria y nuestros gustos son los que marcan si algo nos engancha o no, y yo tengo muy claro cómo y con qué decido invertir mi tiempo. No es que mis preferencias sean más válidas que otras, simplemente son mías y, además, tienen un porqué.



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