Como sabrá cualquiera que haya perdido amistades a manos de ese devorador de fines de semana que es FUT Champions, Electronic Arts no está dispuesta a hacer prisioneros a la hora de introducir novedades en el ya de por sí diabólico esquema de FIFA Ultimate Team. O quizá sea exactamente eso lo que pretende, hacerlos, porque las matemáticas y sobre todo su presumo que nutridísimo equipo de contables les dan la razón: en la salvaje jungla en la que se ha convertido el negocio de los Free to Play (FIFA sigue costando casi 70 euros, pero nos entendemos), competir por el tiempo del jugador es la manera más efectiva de hacer lo mismo con su dinero. Es el engagement, ese arma de destrucción masiva apuntada directamente a nuestro tiempo de ocio que entiende que cuanto más rato permanezcamos conectados mayores son las posibilidades de que decidamos pasar por caja.
Esa es la idea, pero cualquier buen pescador sabe que a veces es tan importante recoger sedal con firmeza como dar tu brazo a torcer, dejando que la presa tome aliento durante unos segundos antes de que el sedal se rompa y toque cenar en el Telepizza. FUT Champions es efectivo, es una obsesión semanal que ilumina todas las áreas del cerebro que hacen brotar los billetes, pero también un compromiso demasiado duro que empuja a algunos jugadores a abandonar. La compañía lo sabe, y por eso para su encarnación de este año prepara la que bien podría ser la trampa definitiva.
Una trampa que comienza por los cimientos, por la base, como cualquier plan de dominación mundial que se precie. Y hablando del modo que hablamos, esos cimientos naturalmente tenían que pasar por algo tan consustancial a FUT como prometer que este año solo te compras diez sobres: son las temporadas, ese trasunto de competición liguera que permitía estructurar el FUT que jugábamos de lunes a viernes y que, primera sorpresa, en FIFA 19 pasan a mejor vida. Aunque en el fondo no hay para tanto, porque al menos a nivel estructural Division Rivals, que así se llama la modalidad debutante, hace lo que puede para conservar una cierta familiaridad. Sigue habiendo divisiones, pero en esta ocasión la progresión es algo diferente: ya no jugamos por un ascenso o un descenso al final que vengan acompañados de la consabida lluvia de monedas, sino que el modo arranca con una serie de partidos clasificatorios enfocados a medir nuestro rango de habilidad y rodearnos de jugadores de un nivel parecido. Así, las divisiones pasan a ser una versión futbolística de los sistemas de ranking utilizados en la gran mayoría de juegos competitivos, una letra escarlata en el pecho que atestigua nuestra condición de paquetes si se da el caso y un sistema de castas por el que ascenderemos demostrando un progreso real. Quizá no suene revolucionario, pero es importante aclarar que las recompensas sí que lo son.
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