Análisis de The Outer Worlds

Igual soy yo, que soy muy mala perdedora y un poco rencorosa, pero pienso muy a menudo en cuantísimas maneras diferentes existen de asimilar una derrota. Hay, por ejemplo, vaivenes de la vida en los que sales mal parado pero te encoges de hombros y continúas como si nada, consciente de las reglas del juego al que estabas jugando cuando saliste al campo a intentarlo. Hay otras ocasiones que duelen más, que te hacen resignarte con la rabia del que nunca tuvo oportunidad, con la vergüenza que, presumo, sentiría un boxeador exitoso que se ve obligado a perder un combate amañado.

De todo el espectro de derrotas que existen, las que más odio son esas ocasiones en las que sabes que has perdido, pero además eres consciente de que es casi exclusivamente tu culpa. Aquellas veces en las que tienes la certeza de que has hecho todo lo que estaba en tu mano, pero el exceso de confianza o buena voluntad te ha llevado a cometer errores y eso ha hecho que gran parte del esfuerzo haya sido en vano. Cuando esto pasa se me acumula el enfado en la boca del estómago, y pica como mil demonios; en el revés metafórico que me ha metido la situación en la cara, tenso la mandíbula y, con la boca todavía sabiendo a sangre, intento respirar hondo pensando en cómo arreglar la situación. Ahora. En unos años. No importa.

Siempre pienso que Fallout: New Vegas fue uno de estos casos.

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