La nostalgia, como ya sabréis, seguramente, en los tiempos que corren, es una herramienta sobradamente poderosa. Bien utilizada - o no - tiene el poder para llamar la atención de un público absolutamente masivo que busca revivir tiempos que recuerdan más sencillos, o más dulces. A pesar de que Lost Records: Bloom & Rage parece, a ratos, un simulador de ser adolescente a mediados de los años noventa, el par de horas que hemos podido pasar con su demo nos han dejado claro que esto no es su único valor.
Aunque sí es un aliciente, claro. En el tramo inicial del juego conocemos a Swann, una adolescente que, en 1995, está disfrutando del verano previo a su último año de instituto. La chica vive apasionada por el cine, y el regalo que sus padres han decidido hacerle por su decimosexto cumpleaños es una cámara de vídeo para que pueda crear sus propias imágenes. En una pequeña escena introductoria en la que se nos enseñan las dinámicas generales del juego, nos entretenemos grabando pequeñas escenas en su habitación. Una excusa perfecta para cotillear estanterías, paredes y cajones, llenas de elementos que suenan familiares a quienes nacimos o crecimos en esa época. Novelas pulp, cassettes y VHS, una tele de tubo, canicas, dispensadores de caramelos PEZ, pegatinas y pines metálicos por todos lados; juegos de rol, cuadernos escritos con bolis de gel de purpurina y demás parafernalia imprescindible para cualquier joven de la época. A pesar de que la representación de la época es, en gran medida, estereotípica, y está claramente romanizada, el nivel de detalle en cada interior, en cada elemento acaba cautivando de manera bastante sencilla.
La historia de Lost Records: Bloom & Rage transcurre simultáneamente en el presente y en el pasado. En las escenas del presente, interpretamos a una Swann ya adulta que se ha reunido con una de sus antiguas amigas del instituto para hablar sobre un misterioso paquete que le ha sido entregado y que tiene relación con lo vivido en aquellos años. Juntas nos lanzan a los flashbacks en los que rememoran aquel verano de 1995, en el que se conocieron: la protagonista, más tímida, entabla amistad con un grupo de tres chicas que tienen un grupo de música y un pequeño local en la casa de una de ellas donde pasar el tiempo. Aprovechando la nueva cámara de Swann, se deciden a grabar un vídeo musical en un bosque próximo a su casa, donde acaban grabando unas imágenes un tanto misteriosas.
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