Da Vinci no se reduce a La Gioconda. Beethoven tampoco a la 9ª Sinfonía. Ni James Joyce al Ulysses. Sería ridículo pretender que los grandes maestros conocen su principio y su final en sus grandes obras, en su piezas más reconocidas, porque por lo general estas ni siquiera suelen ser las mejores o las más interesantes: suelen ser las que, por su contexto, por su situación, consiguieron hacerse un hueco particular en la historia, más conocidas entre la mayoría. Pero eso no significa que sean sus obras más relevantes o que no se discuta, en círculos especializados, el valor del resto de su obra. Porque más allá de lo que se han convertido en el imaginario de la cultura general, los maestros lo son porque su trabajo no es tan fácilmente reducible a una única obra.
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