Análisis de Secret of Mana

Por motivos que no vienen al caso últimamente he escuchado mucho Smash, el tercer disco de The Offspring. Es algo así como un disco famoso: un melocotonazo de carácter interplanetario que colocó 16 millones de copias en todo el mundo, puso el mainstream cabeza abajo y convirtió a cuatro chavales del condado de Orange que se juntaban para tocar versiones de Social Distorsion en los nuevos embajadores del punk rock mundial. El disco se grabó en el 93, pero por aquel entonces las cosas eran diferentes y a mi me llegó un par de años más tarde, en una casette garabateada con prisas que recorría el instituto propagándose como un incendio en agosto. No exagero si digo que aquel disco me cambió la vida: era diferente, era oscuro, rápido, subversivo, un cóctel de guitarras sucias y mensajes vagamente políticos que unos absolutos desconocidos habían dispuesto cuidadosamente para freír mis neuronas adolescentes. Por aquel entonces no existía internet, y para un chaval de provincias era complicado seguir tirando del hilo: el rumor hablaba de un par de discos anteriores que obviamente no se podían encontrar en ninguna tienda, y así llegaron los fanzines, los listados de distribuidoras independientes fotocopiados una vez tras otra y las semanas de angustiosa espera montando guardia frente al buzón. Aún recuerdo la mañana que llegó aquel paquete como un acontecimiento, y a mi mejor amigo de aquel entonces desgarrando el precinto con las manos temblorosas, como un arqueólogo en su primer contacto con una civilización perdida. Explicadle esto a alguien que se haya criado con Spotify.

Tan alejados como puedan estar el rol oriental y el punk rock gamberrete de mediados de los noventa creo que en el fondo parte de esa magia es compartida. Hablo de una época de descubrimiento, de boca a boca, de discos raros y juegos raros que alguien había conseguido de importación y justificaban por sí solos semanas de peregrinación a casa de tu vecino o a aquella tienda que trapicheaba con adaptadores NTSC. Para el resto, para el común de los mortales, todo se reducía a consultorios de revistas y a unas cuantas capturas borrosas adornadas con motivos japoneses y precedidas de muchas exclamaciones, y puede que por eso me enamorara de Secret of Mana mucho tiempo antes de tenerlo en las manos: la prensa de la época (eran otros tiempos) hablaba de un Zelda más épico, más ambicioso, de espadas sagradas e imperios malvados, y yo devoraba cada árbol, cada aldea, cada monstruo, cada sprite. Por eso no me importó que, una vez con el cartucho en las manos, la historia no fuera gran cosa y los personajes fueran más bien planos, como tampoco lo hizo que aquel CD tuviera una portada horrible y estuviera grabado con cuatro duros. Pero ya no estamos en los noventa, por desgracia.

Resulta curioso que sea este tema, el del paso del tiempo, el primero que aborda el juego en una secuencia de introducción que vista con la asquerosa perspectiva que aportan los años sonroja por su simpleza pero sigue poniéndome los pelos de punta en lo personal. Efectivamente el tiempo fluye como un rio y no perdona a nadie, y a estas alturas resulta difícil justificar la enésima historia sobre héroes de leyenda que juntaron los arrestos para enfrentarse al imperio que enfureció a los dioses. Del argumento en sí mismo no contaré mucho más, porque en el fondo no hay más que contar: un chico de pueblo desentierra una espada, la profecía se cumple, la historia se repite otra vez. Como buen juego de rol del 93 Secret of Mana tiene ocho templos y ocho semillas y no tiene miedo de utilizarlas, y quien espere diálogos memorables o giros argumentales que no pueda predecir un niño de trece años haría bien en acudir a títulos que no fueran diseñados con ellos en mente. Todo en él es inocencia, es descubrimiento y simplicidad, pero también encanto y un tipo de hechizo que dudo puedan entender quienes no sintieran escalofríos al ver volar aquellos flamencos por primera vez. Creo que este remake es un juego para ellos, para nosotros, un regalo para el fan que no busca capturar a nuevas audiencias y por eso se empeña en adaptar más que en actualizar, reproduciendo incluso vicios y rasgos claramente arcaicos del original. Y por la parte que me toca lo agradezco, aunque puestos a dejar un paquete bajo el árbol de navidad deja un sabor amargo que el envoltorio sea de los baratos.

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