Análisis de Crash Team Racing: Nitro-Fueled

Crash Team Racing es un juego difícil. Abrumadoramente difícil. La suya es además una dificultad de las que tienen mucho que ver con la frustración, aunque perteneciendo al género que pertenece sería injusto echarle esto en cara. Comerse tres misilazos consecutivos no es plato de gusto de nadie, pero es lo que tiene el azar, y referente arriba referente abajo los juegos de carreras entre mascotas siempre han sido una combinación de reflejos, capacidad de improvisación y un enorme dado aplastando nuestras posibilidades a escasos centímetros de la línea que marca el final. Si en Crash Team Racing estos momentos duelen especialmente es porque suelen sorprendernos al límite de nuestras fuerzas, porque cada centímetro y cada segundo se ganan con sangre y es muy duro ver como la fortuna te arrebata algo por lo que realmente habías trabajado.

Y habrá quien quiera ver aquí una polémica, o peor aún, una oportunidad para alimentar su ego y presumir de Dios sabe qué, pero realmente es tan sencillo como eso: para la gran mayoría de los mortales, y especialmente para quien se acerque a Crash con el espíritu de desenfado que el género nos ha educado a esperar, las cosas van a ponerse cuesta arriba desde el principio. Y podríamos enumerar un montón de causas, pero ninguna es tan determinante como su interpretación del derrape.

El derrape, otro lugar común del género, convertido aquí en un triturador de novatos y en algo parecido a una línea en la arena, la que separa ganadores de perdedores. El asunto es que cruzarla implica mucho más que aprender a trazar las curvas con inteligencia, y que la maniobra en sí funciona a dos niveles completamente diferentes en cuanto a exigencia y mecánicas. La base es sencilla: un toque al bumper izquierdo o derecho nos permite dar un pequeño brinco para cruzar el coche en el aire, y si al regresar al suelo nuestra nueva orientación es suficientemente perpendicular a la marcha comienza el espectáculo. Aun así es una mecánica que tiene miga, porque las curvas son cerradas, la física es puñetera y la tendencia de los vehículos a girar de manera descontrolada hace obligatorio el uso y dominio del contra volante, pero con algo de práctica es relativamente asequible domar los circuitos. Si entendemos el derrape así, como una herramienta para negociar con la pista y devolver todas sus bolas curvas, todo parece estar en su sitio. Ojalá fuera suficiente.

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