En algunas ocasiones, es relativamente sencillo escribir sobre videojuegos. En otras, un pelín menos. Cuando uno se asoma a un género, si me permitís, “con solera” - ya sabéis: los cochecicos, las plataformas o un buen FPS -, no cuesta encontrar un buen referente que nos sirva de punto de apoyo para ir armando un texto en condiciones. Al menos desde el punto de vista del que escribe, claro está. Por otra parte, si el objeto de nuestro análisis es un título que pertenece a un género algo más oscuro, la cosa se complica. No obstante, y a tenor de lo que vamos a tratar en este texto, la pregunta que cabe hacerse es si los videojuegos de pinball son un nicho al que no le llega ni un atisbo de luz solar. Y la respuesta no es tan sencilla como podría parecer en un principio: si atendemos a los lanzamientos de, pongamos, el último lustro, no cabe duda de que las mesas llenas de rebotadores, multibolas y flippers no gozan de mucha popularidad. Ahora bien, sería erróneo, a todas luces, calificar de oscuro a un género que, por ejemplo, ha tenido como protagonistas a las primeras espadas de Nintendo. Lo que sí podemos afirmar, a ciencia cierta, es que hay creadores que luchan por avivar las llamas de un género que se resiste a languidecer abandonado en una esquina.
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